Allá los porteños eran todos iguales y yo era porteña. No, más que eso: “la porteña”. Se ve que la partida de nacimiento que decía “Capital Federal” y los viajes frecuentes a la ciudad pesaban más que haber vivido siete de mis doce años en el Interior, más de la mitad.
Era otro país: Buenos Aires. Yo sabía que lo que mostraban los noticieros era sólo una parte, que no alcanzaba a ser una guerra. Por eso me pareció rídicula la conversación. No, no era una locura ir a pasar navidad y año nuevo a Buenos Aires por más saqueo, cacelora y presidente en helicóptero. ¿Buenos Aires? Incivilizados porteños, salvajes saqueadores de supermercados, terrorismo y vandalismo: la barbarie. No fueron esas sus palabras, por su supuesto, pero estaban contenidas en la pregunta, si estaba loca en viajar a Capital justo en esos días. Claro, capaz que fue la misma compañerita a la que unos meses antes, un día de septiembre, su mamá no la dejó salir de la casa por miedo a que dos aviones chocaran contra... ¿la torre de agua?, ¿el hotel “El Faro”, que era el único edificio de Trenque Lauquen?
¿Pero qué pasaba? Convertibilidad era uno a uno. Eso me habían explicado. ¿Devaluar? ¿Por qué el peso tenía que valer algo en dólares? ¿Y cómo que la plata tenía un equivalente en oro que estaba guardado? ¿Y por qué? ¿No podíamos imprimir pesos por nuestra cuenta y que no tuviera nada que ver con Estados Unidos? ¿Por qué no, Pa? Y si el sabía todo, pero todo, y me explicaba, y yo no me podía imaginar que algún día iba a discutir de política con él, ¿por qué lo había votado a ese que ahora se iba, que todos decían que estaba dormido?
Sí, seguro que De la Rúa había hecho las cosas mal. Pero yo sabía, porque en casa lo odiaban, que tenía más que ver el otro, el anterior. Él había empezado a gobernar el mismo año que nací yo. Decían que se llevaba al peluquero en el avión presidencial, que era un ladrón. Y cuando pasaba todo esto, y hasta hubo muertos y varios presidentes en una semana, yo me acordaba de unos años atrás cuando todavía vivía en Capital, en Villa del Parque, y una noche apagamos todas las luces del departamento y nos quedamos mirando por el balcón todo el barrio a oscuras. Era un apagón en protesta contra Menem. Un presagio, tal vez, de lo que todo iba a reventar en el 2001. Porque el uno a uno era una burbuja, eso me habían explicado.
Pero ahora ya no había balcones sino veredas donde jugar sin miedo. Y ese diciembre no fue tan distinto de otros en Trenque Lauquen. O capaz que sí, y yo no me enteré si cerraron muchos negocios o si mucha gente se quedó sin trabajo. Pero Buenos Aires era otro país. Y Trenque Lauquen era, y sigue siendo, la tradición, más allá de ese Fiat 600 que vi por esos días andando por la Villegas, como un eco de lo que pasaba en la Capital, todo pintando de colores y con una inscripción: “Que se vayan todos”.
COMUNICACIÓN ESTRATÉGICA
Hace 6 años
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