La hermana de Lucía tiene veinticinco años, apenas un poquito más que la mía. No es tan raro. Una vez, Macarena me llevó a comprarme una campera, porque un señor en la tele había dicho que se había acabado el verano. Qué triste, pensé. Pero por suerte al año siguiente volvió. La mujer del negocio pensó que Maca era mi mamá. ¡Qué gracioso! Ella estaba distraída porque no se rio.
Hoy en el recreo nos pusimos a hablar de las hermanas porque parece que la de Lucía no va a vivir más con ellos. Tiene un novio, pero no como yo con Juan, un novio de grandes, y se va a mudar con él. También dijeron algo de que en nueve meses Lucía va a ser tía. ¡Qué ridícula! -Lu, las tías son personas grandes, como las mamás-, le expliqué.
Yo no sé por qué Macarena no tiene un novio de grandes. Una vez vi una foto en la que aparece abrazada con un chico. Él era rubio y parecía un poco más grande que ella, que debía tener menos de quince años. Se agarraban de las manos y ella lo miraba. Le pregunté a mamá quien era pero no me respondió, me sacó la foto de las manos y la volvió a guardar en la caja. A Maca no le quise preguntar, porque ella a veces es rara conmigo. Yo siempre envidié un poco la relación que tiene con Nacho. Capaz que es porque él es más chico. Me acuerdo cuando nació y a mi me regalaron una muñeca que, según me dijeron, me la traía mi nuevo hermanito.
Algunos bebés nacen del cuerpo de la mamá directamente y a otros los tiene que sacar el doctor. Mi maestra explicó eso cuando estaba en tercer grado. A Nacho no lo tuvo que sacar el doctor, nació de una. Lucía contó que a ella la sacó el doctor porque su mamá había tenido a Marcos dos años antes, entonces era peligroso que saliera directo. Yo no sé como nací.
El día que ví la foto, mientras tomaba la leche me acordaba de eso. A veces tengo que pensar un rato para acordarme las cosas que aprendí otros años en el colegio. No se que sentido tiene que la escuela dure tantos años si después me voy a olvidar. -¡Yo no soy dos personas!-, el grito de Macarena interrumpió eso que estaba pensando. Otra vez lo mismo, la eterna discusión. Así escuché una vez que la llamaban: “la eterna discusión”. Pero no sé, yo no sé porque discuten siempre Maca y mamá. Creo que por deporte. -Tu pasado ya no es tuyo. No quiero ver más esa caja. ¡Hoy la nena casi se da cuenta!-, yo ya tengo nueve años, casi que no soy más una nena.
Como ya estoy más grande, mi mamá me contó hace poco algunas cosas que toda mujer tiene que saber. Parece que hay como dos grandes mundos, uno puertas adentro y otro puertas afuera, eso me explicó. De lo que pasa en el de adentro no se tienen que enterar los demás. Yo no tengo que contarle a nadie, ni a Lucía, de las discusiones en casa. Mi mamá piensa que lo que creen los demás de uno nos define como personas. En “la eterna discusión” de un día escuché que decía eso. Eras muy chica, vos me obligaste, qué iban a pensar, tirá esa caja, te juro que un día de estos le cuento: la eterna discusión.
¿Podré contarle a Lucía de la caja rosa? No sé si es algo del mundo de afuera o de dentro, yo solo vi la foto de Maca con el chico pero me parece que hay otro mundo diferente ahí. Es algo así como el sistema solar, lo aprendí a principio de año. Hay muchos planetas que giran alrededor del sol. Pero también hay otros soles y otras galaxias. Entonces, en otros lugares las cosas pueden ser diferentes. Yo creo que algo así pasa en la caja rosa.
Ayer la discusión fue más lejos y yo me quedé triste. Es raro, ¿no? Estar triste y no saber por qué. Yo me hice muy chiquita, sentada en el piso, con los piernas dobladas y agarradas fuerte entre los brazos. Pensaba que si las apretaba más y más me iban a doler. Así capaz que me distraía y no escuchaba más los gritos. Quería ver mis piernas rojas para que mamá se diera cuenta de que estaba ahí y dejara de señalar a Maca con ese dedo viejo, arrugado. Quería ser toda roja, entera. Y Maca seguía llorando y gritando. -¡Es mía, me sacaste lo más íntimo, lo mas mío!- Yo seguía apretando, más fuerte, más. ¡Soy naranja!, ¿no me ven? Y Maca, más calmada, miraba la puerta de la casa pero sin mirar, era como si hubiera un papel en sus ojos. -Ya no sé quien sos, no sé quien soy, no sé quien es mi...- ¡Ya soy roja! ¡Miren! ¡Soy roja!
La nena dejó el lapiz y el cuaderno sobre la mesa. Como si en las últimas palabras que escribió hubiera entendido algo que antes no, caminó despacio, invisible, hasta el cuarto de Macarena. Con cada paso se hundía sobre la alfombra, pero no reparó en eso, prefirió mirar hacia arriba, hacia la estantería. Agarró tres libros y los puso sobre la cama, no era la primera vez que lo hacía. Con el cuidado suficiente para no caerse, armada de una paciencia impropia para alguien de nueve años se paró sobre ellos y estiró la mano hacia la parte superior de los estantes. Alargando los dedos alcanzó con las yemas los bordes de la caja. El rosa estaba gastado por una década de existencia. La apoyó sobre la cama, despacio, y sus ojos no reconocían otra cosa, otro mundo, que su interior. Más fotos del chico rubio que sonreía y abajo, en una esquina y pegada sobre el fondo de cartón, la imagen de Macarena de perfil y sus dos manos posadas sobre su vientre. Su vientre grande, redondo, sobresaliente de la esbelta figura que siempre supo conservar. No siempre. Debía tener menos de quince años.
COMUNICACIÓN ESTRATÉGICA
Hace 6 años
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