jueves, 1 de octubre de 2009

La inseguridad - crónica escrita en un viaje en tren a San Isidro



San Isidro es distinto

Más de una persona le había hecho el gesto de la nariz para arriba cuando contó que vivía en San Isidro. Y capaz tenían razón. O tal vez no. El partido incluye a la Cava, una de las villas más grandes del país, aunque tanto los sanisidrenses como los de afuera no acostumbren a mirar mucho más lejos de las calles Alvear, Belgrano y la hermosa avenida del Libertador. Pero, como dice el eslogan de la Municipalidad, que adorna numerosos carteles en la vía pública, San Isidro es distinto. Es la tierra de la convivencia. Una fortaleza de dos pisos emerge de un césped de película estadounidense y a ella entra una camioneta que parece tanque y se esconde con el ruido seco del portón metálico que se cierra como una cachetada. A unas pocas cuadras hay una pared inmensa custodiada por gendarmes que separa, como si la división no fuera ya obvia, como si se necesitara que digan “Ey, acá hay un ustedes y un nosotros”, a la villa del precioso, patricio, aristrocrático barrio de Santa Rita, o la Horqueta, no sé, son iguales. Error. San Isidro no es convivencia, es indiferencia. Es la tierra de las caras que miran para otro lado, para el más lindo.

Desde ya, muchas gracias
Ella iba a un colegio que quedaba en esa zona cerca de la estación San Isidro, donde hay una densidad de cinco colegios privados cada trescientos metros cuadrados. Sobreabundancia de elitismo que se complementa con la presencia del Club Atlético San Isidro, “cuna de los gerentes de empresas del mañana”, debería ser el eslogan. Allí no había convivencia, pero sí indiferencia, porque no hace falta que te pongan las cosas en la cara para saber que existen, ¿no? Sin embargo, hay un lugar de confluencia en la rutina de la mayoría de los habitantes de la zona: el tren. El que va de Retiro a Tigre, al que todos se refieren diciendo “Ah, pero es tranquilo, ahí no pasa nada”, el tren de la gente “bien”. El tren bien. Claro, eso no quita que una nena me entregue una tarjeta que dice “Señores pasajeros, disculpe la molestia, me puede ayudar con algunas moneditas, desde ya, muchas gracias” en el momento justo en que escribo “el tren bien”. Si supiera que estoy escribiendo sobre ella cuando me dice “que linda letra”...

Ay de nosotros
Cinco adolescentes vestidos igual, verdes de pies a cabeza, entran al vagón. Adentro, la confluencia. Seguramente a los y las oficinistas que vuelven del trabajo les moleste su presencia de risas fuertes y comentarios idiotas. Seguramente a las tres chicas sin uniforme algo en su presencia les moleste aún más.
“Chicos, me tiraron el pelo.” Ella se da vuelta y ve a las tres chicas, de esas que no entran en el “nosotros” sino en el “ellos”. Cada una mira a un lugar diferente del tren, parece una foto. “Chicos, me empujaron.” Otra foto. “Chicos, me pegaron una patada.” Tercer flash. Estáticas. No le quieren robar, no es más que el divertimento pasajero de tres pasajeras. Si esto llegara a conocimiento de TN sería algo así como: “Episodio de violencia extrema: joven estudiante atacada sin razón alguna por tres malvivientes mientras viajaba en tren”, y algunas vecinas sanisidrenses aparecerían diciendo que antes se podía viajar lo más bien, que ya no se puede vivir tranquilos, que ay de nosotros.

La nena sufrida
Minutos más tarde ella atraviesa las cinco cuadras de la estación a su casa, saluda a dos de los tres garitas que cruza, entra y se saca los zapatos de uniforme verde de colegio. Después se acuesta en el sillón naranja, el que inevitablemente induce a la siesta, y su mamá que le pregunta si quiere un té para sobrepasar el momento de vandalismo traumático que acaba de vivir. Sí, dice con voz de nena sufrida y prende la tele mientras espera el té. TN. Mientras que asesinatos, inseguridad, Fondo Monetario, el flagelo de la droga, la juventud perdida, los beneficios de comer bien y el gol de Palermo pasan por sus ojos piensa en la prueba de inglés que tiene al día siguiente (¡falta poco para rendir ese examen de universidad inglesa que, según le dicen, es una garantía para algún día conseguir trabajo!), su mente sigue divagando y aterriza en la remera nueva que va a estrenar el viernes a la noche. Y TN sabe todo esto.
A partir de este punto no puedo mentir. No sé cuántas cuadras caminó cada una de las tres chicas del tren para llegar a sus casas, ni si se tuvieron que tomar después un colectivo o qué. Tampoco sé si saludaron a dos garitas, pero puedo suponer que no. A lo mejor se cruzaron a algún policía, pero seguro no las saludó. No sé si cuando llegaron a su casa había un sillón naranja cómodo donde acostarse y si alguien les ofreció un té para sobrepasar la vida traumática que acababan de vivir. Pero puedo suponer que no. No sé si pensaron en la prueba de inglés del día siguiente, si iban a estrenar una remera ese viernes, si era importante estrenar una remera ese viernes, y si un examen les iba a garantizar trabajo. Pero puedo suponer que no. No sé si algo o alguien alguna vez les va a garantizar trabajo, pero puedo suponer que no. Ni TN ni yo sabemos todo esto. Y nos llenamos la boca hablando de la inseguridad. Qué palabra tan amplia, ¿no?

2 comentarios:

  1. Me gusta pensar en la chica del sillon más que en las otras. Me gusta imaginarla ahí, la camisa confeccionada por talleristas bolivianos entreabierta, la casa construida por paraguayos. La empleada en negro. El labrador en cámara lenta, sacudiendose, los pelos dorados, la cadena, el morocho.

    No hay inseguridad, hay miedo. En ese tren no se cruzaron dos grupos de personas. Se cruzaron dos mundos, el de TN y el colegio bilingüe y otro, que está enojado y tiene razón.

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  2. "...ve a las tres chicas, de esas que no entran en el “nosotros” sino en el “ellos”."

    Hay gente que con frases mil veces menos lúcidas se labró una carrera literaria. En este blog hay futuro! Mis más sinceras felicitaciones.

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