Este mes se cumplen ocho años del día en que un avión derribó dos torres muy altas, e idénticas, en Nueva York. Detrás del humo aparecieron muchas cosas, entre ellas, una conmosión mundial que da a entender que la historia empezó el 11 de septiembre y se desentiende de los miles de muertes que Estados Unidos ya había provocado en Medio Oriente, teorías conspirativas acerca de la responsabilidad que el propio gobierno estadounidense podría haber tenido en el hecho y, de la mano de George W. Bush, una guerra.
De acuerdo al gobierno del ex presidente, derrocar al entonces dictador iraquí Saddam Hussein significaba la prevensión de otro atentado a Estados Unidos -a pesar de que la responsabilidad de la caída de las torres gemelas se la adjudica a la organización terrorista Al Qaeda, en manos de Osama Bin Laden- y la liberación del pueblo oprimido de Irak. Al menos, estas son las razones que esgrimió publicamente, sin hacer mensión al hecho de que el país que invadió en 2003 se encuentra en tercer lugar en la lista de países con las reservas de petróleo confirmadas más grandes del mundo. La teoría de la guerra preventiva de Bush fue sostenida, entre otras cosas, con la supuesta tenencia de armas de destrucción masiva por parte de Irak, hecho que, una vez desmentido, le generó al ex mandatario una gran perdida de credibilidad y popularidad tanto a nivel internacional como dentro de los márgenes de su propio país.
Este, junto a otros desatinos políticos, le significaron al conservador y liberal, en términos políticos y económicos, Partido Republicano, la derrota electoral que dejó a la Casa Blanca en manos de los demócratas, encabezados por Barack Obama. Su campaña tuvo entre sus principales argumentos a la promesa de retirar a las tropas de Irak, al contrario de su opositor republicano John Mc Cain, que uso al conocimiento bélico que esgrimió tener, y que reforzaría la seguridad estadounidense, como eje de su estrategia electoral. Sin embargo, una lectura que ubique en Obama un antibelicista se vería desmentida por los hechos: si bien está haciendo efectiva la retirada de tropas en Irak -142 mil hombres habrán dejado el país el 31 de agosto de 2010, según anunció el mandatario en febrero de este año-, los soldados norteamericanos tienen ahora un nuevo destino: Afganistán. De acuerdo a Omar Bravo, periodista que se desempeñó en la United Press International, entre otros, y actualmente enseña política internacional, “el presidente estadounidense se ha comprometido muy fuerte con el cronograma de retiro de tropas de Irak y la posibilidad de no cumplir sería cuasi suicida en términos políticos”.
El presidente anunció en marzo de este año el envío de 4000 soldados al que definió como “el lugar con más riesgo del mundo” para los estadounidenses. El principal objetivo de esta estrategia, al menos en la superficie, es combatir a los talibán, un movimiento de fanáticos religiosos con instrucción militar que defienden a ultranza, y con armas, la tradición y cultura islámica. “Afganistán presenta todos los síntomas de lo que Estados Unidos llama un Estado no viable. Es decir, un gobierno aliado débil, con altísimo nivel de corrupción, con amplias regiones donde no llegan los poderes del Estado, lugares donde la ley la imponen grupos armados, tribus y etnias, un campo fértil para todo tipo de mafias y traficantes”, explicó Bravo.
El curso de acción seguido, en materia de guerra, por el nuevo presidente estadounidense no difiere sustancialmente del de Bush, quien había anunciado, cuando todavía era gobierno, la paulatina retirada de Irak e inminente invasión a Afganistán. Al respecto, Max Boot, historiador y autor especializado en Seguridad Nacional de Estados Unidos, dijo -según remiten los historiadores Pablo Pozzi y Fabio Nigra en su libro La decadencia de Estados Unidos-: “Nada en Obama representa un cambio drástico, al contrario, continuará el camino diseñado por Bush”.
COMUNICACIÓN ESTRATÉGICA
Hace 6 años
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