jueves, 17 de septiembre de 2009

Espantapájaros - Apunte callejero - por Oliverio Girondo


En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos senos bizcos buscando una sonrisa sobre las mesas. El ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles. En un quino piso, alguien se crucifica al abrir de par en par una ventana.Pienso en donde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que se me entran por las pupilas. Me siento tan llenos que tengo miedo de estallar... Necesitaría dejar algún lastre sobre la vereda...
Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y de pronto, se arroja entre las ruedas de un tranvía.

martes, 15 de septiembre de 2009

lunes, 14 de septiembre de 2009



El resurgimiento del tango
La canción de Buenos Aires, aún hoy


El Festival realizado en agosto demostró la vigencia del género, hecho que coincide con los buenos pronósticos que hacen los especialistas del 2 x 4.


Agosto fue tango. Al menos eso decían los carteles amarillos con la gran H en negro. Los números lo convierten en hecho: más de 300 mil personas se hicieron presentes en el Festival de Tango y Mundial de Baile, organizado por el gobierno porteño, que se realizó entre el 14 y el 31 del mes pasado en Buenos Aires, ¿dónde más?
¿Dónde más? La pregunta no se cae de madura. Argentina, el país que fue cuna del tango en los primeros años del siglo XX también supo dejarlo resagado y prestarlo a otras culturas en épocas pasadas, concretamente y con más fuerza, a partir de la década del setenta. Hoy, sin embargo, la suerte es otra para el 2 x 4. Los expertos en el tema aseguran que se está experimentando un resurgimiento del género, aunque, advierten, las razones pueden no ser del todo nobles.
Más de una versión existe en torno al surgimiento del folklore de Buenos Aires, como lo define la coréografa Ana María Stekelman (ver entrevista). La más pintoresca fue aportada por la cantante Marikena Monti, según quien el modo de bailar el tango imita a los movimientos generados en las peleas a cuchillo en las esquinas.
La postura más aceptada, no obstante, ubica en los conventillos y en los burdeles, donde coincidían inmigrantes -fruto de las grandes corrientes corrientes migratorias que sacudieron a la sociedad argentina a principios del siglo XX-, negros y las clases bajas porteñas, la creación del tango. Los sectores medios y altos de la población quedaban fuera de esta ecuación. Pero como no es su costumbre quedar fuera, empezaron a escucharlo y, sobretodo, bailarlo, a escondidas. El tango era un secreto a voces, oscuro y lumpen, a causa de la mística que rodeaba a la noche tanguera y su origen prostibulario. “Es un género muy seductor, es una cuestión sexual: las caras pegadas, el pecho de la mujer contra el hombre, el sudor; todos los componentes del sexo, aunque este no aparesca de forma explícita, están presentes en el tango”, explica Walter Piazza, historiador del tango y secretario de la Academia Nacional del Tango, acerca del carácter que provocaba tanto rechazo como atracción en la sociedad media porteña.
La Iglesia Católica no podía quedar fuera del debate, en especial cuando el género empezó a llegar a otros países. Drástico, el Congreso Bíblico reunido en Atlanta, Estados Unidos, expresó el 2 de agosto de 1914 por boca del pastor Campbell Morgan: “El tango es una regresión hacia el mono y una confirmación de la teoría de Darwin”. En la misma línea se explayó el arzobispo de París en el mismo año: “Condenamos la danza de origen extranjera conocida como tango pues su naturaleza lasciva ofende la moral”.
Si esto es así, muchas deben haber sido las morales francesas ofendidas de ese año en adelante, pues la ciudad de la luz, mal le pese a los nacionalistas, es una pieza clave en la historia del tango. De acuerdo a Juan Manuel Fernández, miembro de la Asociación de Maestros y Bailarines de Tango Argentina y veedor del Campeonato Mundial, fue la aceptación del género en París la excusa de la que se valieron las clases medias y altas porteñas para dejar de ocultar su fascinación por el tango en la década del veinte. “En Buenos Aires siempre mirábamos a Europa, como consecuencia de ser descendientes de europeos. Eso hacía que nuestras costumbres sociales nos llevaran por un camino sin identidad, cosa que ahora está empezando a revisarse y, justamente, el tango es uno de los elementos fundamentales para encontrar identidad”, opina Fernández.
Años dorados siguieron en esta cronología de la historia del tango, que dieron como fruto nombres ilustres tales como Carlos Gardel, Anibal Troillo y Ástor Piazzola -caracterizado por Piazza como “el gran genio musical del siglo XX”. A pesar de esto, si bien sus rostros adornan una gran cantidad de postales para turistas y sirven de emblema de la argentinidad en el exterior del país, rostros foráneos empezaron a llenar las pantallas del cine y voces extranjeras a copar las radios, en claro detrimento de la cultura nacional, en la década del cincuenta.
Para el historiador, la explicación a este fenómeno se encuentra nada menos que en la Guerra Fría. Piazza explica que como consecuencia de un mundo dividido en dos -el comunismo de la Unión Soviética y sus radares, por un lado, y el capitalismo de Occidente, por el otro- Estados Unidos decidió imponer su idiosincracia y, de esta forma, “invadir al mundo”. “Del muro [de Berlín] para acá nos invadieron culturalmente. En Argentina las radios y las discofráficas eran de ellos, además impusieron su industria cinematográfica por sobre la nuestra. Era algo muy seductor porque decían letras que todo el mundo quería escuchar, hablaban de la libertad. La paradoja es que en América Latina estaba regida por gobiernos militares”, agrega. En estas circunstancias el tango cedió su lugar, su público joven, sobretodo, a un nuevo gigante: el rock.
Según Fernández, este proceso se acentuó durante la última dictadura militar, cuando el gobierno fáctico prohibió los encuentros culturales, donde aún se bailaba y escuchaba tango.
La actualidad, reflejada en gran medida por el Festival de Tango, aporta un argumento a aquellos que sostienen que la historia se repite. Tanto Stekelman como Monti, Fernández y Piazza coinciden en que por estos días se está experimentando un resurgimiento del tango, impulsado por la popularidad que alcanzó en el extranjero, al igual que en la década del veinte. Piazza es optimista al respecto: “El tango está lejos de su envejecimiento, por el contrario, está en una adolescencia muy linda”.
El optimismo se justifica en los datos que arrojó el cierre del Festival -que se desplegó en diez sedes, entre las que se destaca Harrods, y constó de clases de baile, presentaciones musicales, fiestas de electrotango y homenajes a figuras destacadas-: sólo el veinte por ciento de los que asistieron lo hizo en condición de turista. Esto quiere decir que de cinco espectadores, cuatro eran argentinos. Haciendo mensión a la concurrencia, Fernández detalla: “Hubo más gente joven, además de los viejos de siempre, y menos extranjeros. Hay una línea ascendente en cuanto a público y artistas y esto se refleja en la mayor cantidad de escuelas, lugares y actividades de baile”.
De acuerdo al historiador, que trabaja en permanente compañía de Horacio Ferrer -letrista de tango que compuso junto a Piazzolla, Troillo, Osvaldo Pugliese y Julio de Caro, entre otros, y preside la Academia Nacional de Tango-, “hay una genética tanguera en la ciudad de Buenos Aires que lo mantiene vigente. Las generaciones actuales conocen el lenguaje y hablan como tangueros”. En este punto difiere Marikena Monti, que considera a la juventud demasiado inmadura como para comprender la profundidad del tango (ver entrevista).
Piazza entiende que las razones para la perdurancia del 2 x 4 son la capacidad para retratar momentos históricos -“El poeta tiene la posibilidad de reflejar lo que sucede. Esto con el tango sucedió siempre, fue contando momentos sociales”, opina- y la identidad porteña. Para explicar lo que siente frente a la supervivencia del adolescente que entiende es el género, recurre a una frase de Ferrer: “El tango es un náufrago en la ciudad, pero es el de mayor aliento”.


lunes, 7 de septiembre de 2009

Sutilezas

Dos pupilas que se agrandan y se acostumbran a la oscuridad. Próxima, muy próxima, la tela, rozando las pestañas. La sábana es gris y tiene un estampado que bien pueden ser flores o pequeños animales, pero el halo de luz que entra por donde termina solo les permite ser manchas. La parte que está sobre la nariz se infla con toda exhalación y se hunde con cada inhalación. En las partes alejadas al espacio que ocupa el cuerpo acostado, las telas que componen las sábanas inferior y superior se tocan. Las de abajo son lisas lisas y azules. Entre el cuerpo, que parece inerte, y los sectores de tela que están en contacto, se forman triángulos, irregulares, pero triángulos al fin. Una protuberancia se observa donde están los pies, y por ahí entra más luz, porque la sábana de arriba está más lejos del colchón. Los brazos, pegados al cuerpo, generan el efecto de escalones en la tela que baja hacia la sábana de abajo. Cada pliegue es suave, sutil, como el género del que está hecho. Las pupilas ya son más grandes y permiten ver más detalles. Todavía no distinguen las flores de los pequeños animales, pero si notan que la composición de la tela consta de pequeñas líneas, como fibras, entrecruzadas eternamente. Porque en ese espacio, el horizonte es el lugar donde la sábana baja para cubrir el colchón, y lo que viene después, al escapar, es infinito.
Ahora, medio metro debajo de las dos pupilas, la panza y una puntada que la azota. Bien en el medio, y hasta el centro. Haberse acostado no fue más que un arranque de rutina, y los ojos cerrados la mayor parte de la noche un simulacro de normalidad. Porque dormir, una utopía. Pero ahora ya está bien, los ojos abiertos se justifican porque el sonido del despertador ya se filtra por las fibras que componen la tela de la sábana. Otro día la hubiera irritado, el chillido agudo en sus oídos, pero hoy piensa que capaz que lo que no es bello pero sí cotidiano se torna necesario cuando le es arrebatado a la persona. Y tal vez lo cotidiano le sea arrebatado a ella, que es la persona. Así, con todas las cosas malas. Persona que ya no espera el sonido de llave cuando él, su hombre, o algo así, llega a la casa que alguna vez fue de ambos, por el contrario anhela no escucharlo. Sonido cotidiano, que es el presagio del hartazgo, de los ojos que no la miran y la violencia de esa ausencia, de la ausencia de la mirada.
Esa idea circula su cabeza. Pero también está la otra, la que dicta que las cosas malas, las cosas sucias, no le pasan a ella, o a lo que ella representa. La justicia entiende de clases, códigos y pertenencias. Porque, justamente, la justicia, o los que la construyen, pertenecen. Y siguiendo esta figuración perfectamente podría pasar que ella, por fin, se desentendiera de sábanas, permaneciera un minuto más acostada y finalmente sentiera el impulso y la contracción en el abdomen que supone levantarse. Pasos la conducirían hasta el baño y después hasta la cocina, donde, más arriba, sus manos inducirían a dos rebanas de pan al arte de tostarse para resultarles más sabrosas al paladar humano. Y bien humana sería ella comiéndolas, propiamente untadas con dulce de durazno, nadie se atreva a negarlo. Minutos después, atravesaría, ya vestida, la puerta. Una vez en la calle, recorrería, de forma mecánica, las mismos espacios de vereda que camina todos los días, pero por motivos diferentes. Escalones que son como los pliegues de una sábana la enterrarían. Allí, bajo cemento, esperaría, no mucho, el ruido creciente que anuncia la llegada del subte y luego las dos puertas que se abrirían frente a ella. Porque las puertas siempre se abren en los centímetros exactos de andén que ella ocupa, como si ese gusano gigante de hierro pudiera percibirla. Sólo adentro de su habitación es invisible. Invisible para él.
Atenta al nombre de las estaciones, porque normalmente hubiera bajado antes, leería en ese conjunto de signos que es la palabra “tribunales” la indicación para dejar el subte. Luego, metros más cerca del sol y más lejos del centro de la tierra, caminaría hasta toparse con las puertas de un edificio viejo pero hermoso. Adentro, recorrería escaleras hasta darse cuenta de que está donde tiene que estar. Y ese lugar es donde un grupo de hombres vestidos con trajes gris abogado, con sus respectivas corbatas distintas pero iguales, la mirarían desfilar entre ellos para llegar a la tarima, y lo que sus ojos verían le indicaría a sus cerebros que esa mujer es demasiado de muchas cosas para estar ahí: linda, elegante, bien. Una mujer bien. Tan extraña, y hermosa, se sentiría con ojos sobre su cuerpo.
Ante ellos giraría para buscar sus miradas, uno por uno, mientras les explicaría, imploraría, que no había podido elegir. Le hablaría a la ley, personificada en esos hombres, e intentaría seducirla. ¿Cómo se suponía que actuara si era él quien la había elegido joven y hermosa? ¿Quién más, sino, le había dado a entender haciendo uso de la más cruel indiferencia que los sueños de amor caducaban? ¿Qué otro ser podía haberle transmitido mejor que él que cuando una mujer pierde su juventud pierde su razón de ser, de ser esa mujer para ese hombre? ¿Acaso otra persona había sido capaz de arrebatarle la inocencia para transformarla en algo abyecto? Él le había hecho comprender que cuando la eligió para siempre eligió la desidia, la inercia, que había sabido compensar con el ejercicio del adulterio, de encontrar otras mujeres que eran tres veces lo que ella era ahora, pero ni un tercio de lo que había sido antes. Y ya, en este punto, los hombres de traje estarían lo suficientemente tocados para proceder a explicarles que no existía otra salida, que la válvula de gas abierta en el cuarto donde su marido dormía no fue una elección que se le presentó, sino una imposición del destino, que era crudo. De la misma forma, les haría entender que la amalgama de estupefacientes que se encargo de introducir en su garganta, para evitar infortunios, había sido un acto espontáneo de la naturaleza y no ejercicio de cosa tal como el libre albedrío. Así, como corresponde, esos hombres verían en la mujer una víctima y no un victimario. Y así, ella podría volver a odiar a su vida cotidiana en lugar de convertirla en algo sublime por su ausencia, aunque sin tener que soportar más la violencia sutil, amordazante, de la indiferencia.
Todo esto puede pasar pero las sábanas siguen rozando sus pestañas.

martes, 1 de septiembre de 2009

Entrevista sobre el novelista solitario

“La literatura de Auster colapsó por la cobertura mediática”

Según el análisis de Juan Forn, escritor y periodista, el autor estadounidense quedó atrapado en el tiempo, olvidando así su abierta originalidad. Sin embargo, esta carencia de ideas se ve compensada con su paisaje narrativo, Brooklyn.


La pluma de Paul Auster, uno de los escritores más relevantes de Estados Unidos, dejó de funcionar cuando la cobertura mediática de los medios de difusión desgastaron su figura, sin antes prevenir que él no volvería a ser quién fue: el creador de la ficción signada por la casualidad y la soledad.
En la entrevista, el escritor y periodista argentino Juan Forn, fiel seguidor y especialista en literatura norteamericana, hará mención del porqué de la falta de convicción en la voz del narrador en cuestión, de cómo el atentado terrorista a las Torres Gemelas, del 11 de septiembre de 2001, evidenció esa carencia y del modo en que refleja Auster la experiencia propia en las obras.

- El último libro de Paul Auster, Un hombre en la oscuridad, nació a partir del atentado a las Torres Gemelas, en 2001. Según él, “el 11-09 cambió el curso de la historia, haciéndonos entrar en un período ominoso”. ¿Cómo influyó este acontecimiento en su literatura? ¿Cómo lo profesó?
- Yo creo que este libro reivindica que Auster se quedó sin originalidad. Pone como excusa el 2001 porque no tiene una manera nueva de contar nada. Muchas veces, a algunos escritores les pasa que construyen un mundo propio, que le sale muy bien en los primeros libros y que después es como que no encuentran nada nuevo qué decir, y así es como sus libros anteriores reaparecen.

- ¿Por qué crees que le sucedió eso?
- Cuando navegué el libro comprobé la sensación de lo que les pasa a los norteamericanos con el 11-09: están tan shockeados y tienen tantas ganas de tenerse lástima a sí mismos, que no pueden mirar el tema con objetividad. No logran representarlo.

- ¿Tendrá que ver con que no estaban preparados para una tragedia semejante?
- Totalmente, y tipos como él, uno de los más importantes de la literatura norteamericana, no pudo contar nada con una novela.

- ¿En qué momento notaste la falta de originalidad en sus libros?
- Si comparás este último con el primero, La invención de la soledad (1988), que fue su presentación ficcional, con él se fue para arriba, fue construyendo un mundo cada vez más complejo, que duró más o menos hasta Leviatán(1992). Después se mantuvo en una especie de meseta en donde no agregaba nada nuevo. Luego empezó a derrumbarse, a caerse sólo; sentís que a la voz narradora le falta convicción.

- ¿Eso es porque se le agotaron los recursos?
- Un escritor no tiene la obligación de estar a la altura de su mejor performance. Pero hay una serie de recursos de oficio que te permiten estar, aunque no estés especialmente inspirado, con un nivel de dignidad por encima de la media. Por otro lado, si el escritor no está conforme con lo que escribió puede no publicarlo, ¿si no para qué abrió la boca si no tiene nada para decir? Y tengo la sensación de que Auster colapsó por la cobertura mediática.

- ¿En qué sentido de lo mediático?
- En cuanto al efecto de lo mediático sobre tu persona. Llega un punto del día donde él ya es Paul Auster. Además, si vos te pasaste todo el día repitiendo cosas que hiciste hace diez, veinte o treinta años atrás, cuando te sentás a escribir, ¿cómo conseguís algo nuevo y novedoso, si te estás copiando a vos mismo todo el santo día? Creo que es una perversidad de la legitimación actual, tanto en el arte como en todos los rubros. Es tal la exposición mediática que te obligan a actuar de vos mismo para poder preservar tu reconocimiento.

- Para hacer hincapié a la inspiración de Auster, que antes hilaste un poco en una de tus respuestas: en sus obras remarca mucho Brooklyn, su lugar para crear historias… ¿Qué importancia le da al sitio al que pertenece para escribir?
- En su caso en particular fue muy importante. Una de las cosas con las que se volvió cada vez más complejo y emocionante fue con su escenario literario. Al principio era más neutro, mucho más impersonal, y a partir de un libro- que luego fue llevado al cine- descubrió que podía utilizar ese escenario como paisaje narrativo. Curiosamente en aquellos libros posteriores a Leviatán lo que más resalta es el paisaje.

- ¿Ese cambio lo volvió más personal?
- No, creo que lo hizo más naturalista. Los norteamericanos son muy realistas, pero él es un caso especial, muy extraño, hace un realismo espectral. Y en los últimos libros su paisaje se ha vuelto más realista, muy brooklyniano.

- Auster sostiene que “la ficción es el intento de entender vidas ajenas”. Sin embargo, en la mayoría de sus libros refleja sus angustias e ideales. ¿Compartís su afirmación?
- No. Me parece que él sí habla de su vida en sus obras. La cuestión es que siempre es más fácil ver las cosas desde afuera. Por lo general, los escritores hablan de sí mismos, pero lo niegan…Cuando escribís no te das cuenta de lo autobiográfico que estás siendo.

- Hay dos características notables en su ficción: por un lado, la soledad de sus personajes; por el otro, las casualidades. ¿Cómo podrías explicarlo, teniendo en cuenta que la mayoría de sus personajes se encuentran, refutando así que no están solos?
- Si bien fue el que inventó lo que muchos llaman “el momento Auster”, una manera tan enroscada y llena de casualidades de contar historias, donde sus personajes se encuentran, la soledad también puede identificarse. Y ahí está la cuestión de la soledad, sus personajes viven en soledad, están encerrados en sí mismos.

- ¿Eso parte de la experiencia propia del autor?
- Sí, él es de esas personas que leés y sentís como que las novelas están escritas en un lugar vacío, solitario. Y estoy seguro de que eso refleja la vida de él: te da la impresión de que nunca se ocupó de sus hijos y que se pasó toda la vida encerrado, leyendo y escribiendo.